domingo, mayo 06, 2007

Cristian (1947-2007)



por Juan A Giusti

Lo vi decenas de veces. De un lado, un director regional, un legislador, un Secretario, sus ayudantes. El poder, o quien cree tenerlo. Del otro, Piñones: cuatro o cinco caras negras, graves, calladas. Ojos que han visto tanto. A su lado, una asesora, un asesor, con papeles.

Desde el poder, un manantial de palabras y razones. Viene una carretera, viene más tráfico, se acabarán las marejadas, hay que mover los kioscos, ya veremos a donde y cómo. Piñones tiene que progresar (luego pasan tres, cinco, diez años). Y los fogones sin leña ni madera de paletas, claro.

O viene un megahotel, quizá habrá que expropiar, quizá haya que ampliar la carretera 187 y desalojar. Quizá ahora vengan no marejadas pero sí crecidas del río buscando salida. Quizá ese megahotel con playas para ahogarse y exenciones “turísticas” a tutiplén resulte ser más apartamentos para ricos criollos. Quizá el megahotel adquirió tierras de dueños sólo en papel, y bajo el derecho real sus verdaderos dueños son sus moradores centenarios. Quién sabe. Piñones como quiera tiene que progresar.

Luego hablan los asesores de la comunidad. Refutan con datos y mapas, citan estudios, desmantelan argumentos, y puntean al poder con power point. El poder insiste, se agrieta pero resiste, a veces con rabia. Yo estoy en mi casa, dijo un recordado Secretario, aquí no me vienen a hablar así. El progreso progresa, y civiliza.

Entonces, y sólo entonces, habla Christian. Entre las caras negras, una redonda con ojos achinados, mirada como lánguida, casi gordito. Otro negro dócil, piensa el poder. Cómo se equivoca. Cristian toma la palabra, Cristian Pérez Clemente, de Piñones Adentro y Loíza, nacido y criado, dueño de kiosko de alcapurrias y bacalaito, pero también de arepas con bacalao, de arroz con jueyes y salmorejo. En otra vida hubiera sido un chef fachendoso, o un legislador con vergüenza. El líder de los kioskeros del Terraplén de Piñones, los genuinos del área de la Pocita.

“Yo no sé qué es lo que se traen entre manos con esa carretera. Aquí nosotros estábamos trabajando, vendiendo en los kioskos hace años y nadie nos hacía caso. El mar se metía y a nadie le importaba. Ahora que hacen la carretera y medio mundo coge por Piñones ahora sí es un problema, pero los que nos tenemos que mover somos nosotros. Mire qué cosa. Y hasta las paletas les preocupan ahora”. Cristian mira a su lado con una sonrisa de ironía, ahí están Alicia y Olga asintiendo con la cabeza y gozándoselo todo.

Y sobre el mega-pseudo-hotel. “Ese señor se pasa prometiendo y prometiendo y ha cogido de bobo a alguna gente pero ésos no son bobos nada, son unos gansos y lo que quieren es to’ pa’ ellos. Ese megahotel lo que vienen es a sacarnos de Piñones, así fue que pasó en Isla Verde. Nos quieren ayudar haciendo hoteles, miren si lo que tienen que hacer es dejarnos tranquilos. Además a esos hoteles se los van a llevar por el medio las crecidas. Yo recuerdo la crecida de 1960, que cogió toda la parte de Monte Grande, y el río por donde único podía salir era por el Terraplén. Entonces nadie se acordaba de Piñones.”

El poder tambalea ante la ráfaga, que además, se ha metido a cualquier público que hubiera en el bolsillo. La lógica del poder es otra, poder es poder, el progreso está dondequiera, progreso es poder, ¿quién es esta gente para resistirlo?

Pero Cristian no ha terminado. “Mire, esto es como que usted coge y viene a mi casa y me dice que la cama está mal puesta en el dormitorio y que debe ir en la cocina. Eso no es así en su casa, ¿verdad? Pues tampoco debe ser así en Piñones.”

El poder ya no puede. Al rato termina la reunión y el poder saluda a Cristian, Cristian hace par de chistes un poco echándole sal al poder herido, nunca con animosidad ni personalismos, siempre con la chispa de humor. El poder se intriga aún más. Quiere oír más a Cristian, quizá retratarse con él. Para la próxima me lo invitan, si no viene lo echo de menos. Y las negociaciones andan un trecho más.

¿Kioskos vs. Hoteles? Contrapunto loiceño. Pues ganaron los kioscos, se hicieron y casi están terminados, los megahoteles se quedaron vestidos y alborotados. Algo lograron tantas reuniones y vistas públicas. No es fácil el poder.

Y con sendas victorias en su cintura, Cristian muere. Lo velaron en su casa, como Dios manda, entre chocolate y asopaíto, la familia y los amigos sentados en la marquesina y el patio.

Qué recuerdos de Cristian en su casa. Como era, generoso y sensible. Un solar de 1,000 metros a la Piñones bien adentro, donde vivía él y su madre y su hermana y sus sobrinos. El Cristian Compound. Su esposa Chiqui, un pilar de energía y con una tranquilidad que también engaña a cualquiera. Tuvieron muchos hijos: los hermanos menores de Cristian, los sobrinitos que no salían de su casa. Su madre Rosa a su lado siempre, en la casa como en el kiosco. Devoto de su iglesia, no faltaba a un culto, pero jamás predicaba ni traía por los barbas al Todopoderoso. Nada, tan cristiano como tan piñonero.

Los últimos años fueron difíciles. Diabetes, complicaciones. Por poco le amputan un pie. Pero tenía que estar de pie. Tuvo que operarse los ojos. Nunca probaba alcohol, veía naturistas y seguía dietas. Un lunes por la noche los kioskeros del Terraplén lo eligieron nuevamente Presidente de Comerciantes Unidos del Terraplén, organización que fundó, tras algunos años de liderato sin título. Ahora quería volver de lleno. A las dos semanas falleció; el día en que tomaría posesión lo enterramos. Para sus amigos y compañeros de lucha, Cristian que gustaba de la ironía nos dejó una grande: a pocas semanas de la victoria en procesos tan prolongados, Cristian muere prematuramente. Cristian el que más celebró la victoria, es el primero que no la vive. Y Cristian que tantas ironías vivió, y que sabría expresar éstas mejor que nadie, no está para hacerlo.

¿O está? Pregúntele al poder.